martes, 1 de septiembre de 2009

Behn, Aphra Behn, Agente 160

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Apunte - por Pilar Alonso

Todas las mujeres deberían depositar flores en la tumba de Aphra Behn, pues fue ella quien ganó para ellas el derecho de expresar sus ideas.
Virginia Woolf

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Érase una vez Inglaterra y la cabeza de un rey. Carlos I moría decapitado en 1649, Oliver Cromwell accedía a la cúspide de la nueva República y Carlos II se exiliaba a Francia, de donde no regresaría hasta 1660, cuando se le restituyó el trono.

Pero no fue un retorno pacífico, pocas cosas lo eran allá por el siglo XVII. En 1665 se iniciaba la Segunda Guerra Holandesa por un conflicto en las colonias y ahí es donde entra nuestra heroína.

Aphra Behn, que por aquel entonces tendría unos veinticinco años, era la viuda de un acaudalado comerciante alemán, lo que le permitía codearse con la flor y nata de la sociedad. Se rumoreaba que entre sus muchas conquistas amorosas figuraba el mismísimo monarca Carlos II. En 1666, no se sabe muy bien cómo ni por qué, fue enviada a Amberes para espiar a los holandeses, un trabajo que al parecer nunca se le reconoció. Su nombre en clave era Astrea o Agente 160 y envió varias cartas con información que no consta fuesen tomadas demasiado en serio.

Gastó gran parte de su fortuna en Holanda para poder cumplir con sus cometidos, e incluso se vio obligada a vender su anillo de boda para poder mantenerse y, pese a las numerosas peticiones que envió solicitando fondos tanto a Tom Killigrew como a James Halsall, sus contactos en Inglaterra, nunca recibió respuesta. Llegó a recurrir a Lord Arlington, Secretario de Estado, con el mismo resultado.

Finalmente se vio obligada a solicitar un préstamo para poder regresar por su cuenta a Londres en 1667, completamente arruinada. Ante la imposibilidad de hacer frente a los pagos de ese préstamo, fue encarcelada por deudas y ninguna de las misivas que envió a sus supuestos jefes, incluso al rey, obtuvo la más mínima respuesta.

Por fortuna, no pasó mucho tiempo entre rejas. De forma anónima alguien liquidó su deuda, pudo salir de prisión y es probable que además obtuviera algún tipo de compensación económica.

Para poder mantenerse a partir de entonces se vio obligada a escribir por dinero, lo que la convertiría en la primera escritora inglesa profesional, que es por lo que en realidad es conocida, un trabajo que en aquel entonces la tachaba poco menos que de mujer pública.

Escribió la mayoría de sus obras para la Compañía del Duque, una de las dos compañías de teatro que se habían establecido en Londres (la otra era la del Rey), y sus obras fueron representadas con bastante éxito de crítica y público, lo que le reportó beneficios económicos. No dejó de escribir hasta el final de su vida: obras de teatro, poesía y novela, la más famosa de las cuales fue El príncipe Oroonoko, uno de los primeros precedentes de literatura antiesclavista, que se hizo enormemente popular.

Contó durante ese período de su vida con el patronazgo de nobles y cortesanos, como era habitual en su profesión, y también sufrió feroces críticas por parte de sus adversarios por sus ideas escandalosas acerca del sexo y el papel de la mujer.

Murió en 1689 y fue enterrada en la Abadía de Westminster..


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