sábado, 4 de junio de 2011

La fragua de Vulcano - Diego Velázquez

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Arte - por Pilar Alonso




1630, óleo sobre lienzo, 223 x 290 cm, Museo del Prado (Madrid)
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Ese que ven a la izquierda con aspecto angelical es en realidad un chivato de mucho cuidado. Y el de poblado bigote que se lo mira con cara de pocos amigos representa a Vulcano (Hefesto en la mitología griega). El chivato, que no es otro que el dios Apolo, le está contando al herrero, delante de sus empleados (los Cíclopes), que su adorada esposa Venus está liada con Marte, dios de la guerra.

Para que la situación resulte aún más humillante, parece ser que la armadura que están forjando es precisamente para Marte, que digo yo si después de esto a Vulcano no se le pasó por la cabeza hacerla de papel de aluminio.

Vulcano, dios del fuego y la metalurgia, fue arrojado del Olimpo por haber nacido deforme y, al caer a la Tierra, se rompió además una pierna. Pese a su cojera y a su escasa belleza, se casó con Venus, la más hermosa de las diosas. Al parecer fue Júpiter quien le concedió su mano como recompensa por la edificación del palacio en el Olimpo.

De sus manos salieron los rayos de Júpiter, el tridente de Nepturno o el carro solar de Apolo, que ya vemos supo devolverle el favor, amén de escudos y armaduras para todos los héroes de la mitología. Y fabricó para su mujer las joyas más exquisitas, entre ellas un cinturón que al parecer la hacía aún más irresistible.

Tras conocer la infidelidad de Venus, Vulcano tejió una red casi invisible para atrapar a los amantes hasta que accedieran a dejar de verse, una red de la lograron finalmente evadirse.

El episodio en el que Vulcano conoce el adulterio de su mujer es el que Velázquez representó en esta pintura. En ella dotó a los dioses de apariencia humana, hombres musculosos y sudados trabajando el metal a grandes temperaturas. Así, la escena se nos antoja próxima, cotidiana, una visión muy distinta de los pintores italianos, que tendían a idealizar a sus personajes.

El cuadro, pintado en 1630 durante su primer viaje a Italia, perteneció a la colección privada de Felipe IV y sucesores hasta 1819, año en el que fue trasladado al Museo del Prado, donde hoy se puede visitar.


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1 comentario:

Historia y Libros dijo...

Vaya, acabo de leer tu reseña. No tenía ni idea de que existiera ese libro.

Gracias!