viernes, 27 de febrero de 2009

30 de Octubre de 1938. El día del fin del mundo.

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Apuntes - por Pilar Alonso

Poco podía imaginar H.G. Wells (1866-1946) que una de sus novelas, concretamente La guerra de los mundos, iba a causar estragos cuarenta años después de su publicación. La novela, ambientada en el Londres de principios del XX, narra la invasión de la Tierra por parte de una serie de naves extraterrestres, la evacuación de la ciudad y el enfrentamiento contra los alienígenas.

Pues bien, la noche del 30 de Octubre de 1938 la CBS decidió adaptar la novela a un programa radiofónico. En un momento en que no existían equipos de televisión, la mayoría de la gente se reunía alrededor de los aparatos de radio para escuchar sus programas favoritos. Antes de iniciar la retransmisión, que se hizo como si se tratase de un boletín de noticias, el programa avisó de que se trataba de la dramatización de una novela de ciencia ficción.

Pero, claro, no todo el mundo estuvo ahí desde el inicio y, los que pusieron la radio cuando el programa ya había comenzado, se llevaron el mayor susto de su vida. Orson Welles retransmitía en directo lo que parecía ser la invasión de la Tierra por los marcianos, cuya primera nave había aterrizado en New Jersey, todo escenificado hasta el detalle. Y todos sabemos que su talento como actor era innegable.

Muchos ciudadanos, presas del pánico, cogieron sus más valiosas pertenencias y se echaron a la calle, tratando de abandonar sus ciudades, especialmente en New Jersey y New York, sin saber muy bien hacia dónde dirigirse, convencidos de que los alienígenas los atacaban y que el fin del mundo había llegado. Otros se encerraron en sus sótanos, armados hasta los dientes y hubo incluso quienes trataron de improvisar máscaras de gas para defenderse del ataque de los marcianos. Se bloquearon las emisoras de noticias y los teléfonos de la policía, saturados por las llamadas de los asustados radioyentes que pedían confirmación de lo que parecía estar sucediendo.

Fue un gran escándalo y Orson Welles tuvo que pedir disculpas públicamente. Pero me pregunto qué nuevas pesadillas nacieron aquella noche, entre aquellos que, durante unos minutos o unas horas, creyeron que el fin del mundo estaba al otro lado de su puerta.


Para escuchar el programa:

aquí
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miércoles, 25 de febrero de 2009

El hijo de César - John Williams

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Reseña - realizada por Pilar Alonso y publicada en www.ciberanika.com

Editorial Pàmies
318 páginas
Género: Novela

Esta novela, ganadora del National Book Award, narra uno de los momentos más importantes de la Historia de Occidente. Cuando Julio César muere asesinado en el año 44 a.C., establece en su testamente que Octavio, a quien ha adoptado como hijo, debe sucederle al frente de Roma.

Pero Octavio sólo tiene dieciocho años, y serán muchos los que intentarán que no se cumpla la última voluntad de César. El joven deberá enfrentarse a multitud de enemigos, Marco Antonio entre ellos, y sentar las bases de un gobierno que perduraría durante más de cuarenta años.

Opinión

La historia de Roma es apasionante. No importa lo lejos que quede en el tiempo, siempre me parece que todo sucedió hace apenas unos años, tal vez cuando era niña, y por eso siempre me resulta tan fascinante adentrarme en ella. No soy consciente de que todo aconteció hace ya más de dos mil años, y reparar en ello me produce una nostalgia difícil de explicar.

No todas las obras consiguen transportarme con la misma facilidad a la Roma Clásica, pero sin duda El hijo de César ha sido una de ellas. Totalmente epistolar, narra una de las épocas más importantes de la historia de occidente. El hecho de que toda la trama se desarrolle a través de las cartas de una serie de personajes fue un poco como estar allí, como ser testigo directo de los acontecimientos, como si yo fuese la destinataria de esas misivas. Y la sensación no me abandonó en ningún momento.

Así, estuve con Octavio Augusto en Apolonia (la actual Albania) adiestrándome con el ejército cuando recibí la noticia de la muerte de César. Y sentí sobre los hombros de mis dieciocho años caer el peso de un Imperio. Y tomé junto a él varias decisiones importantes: la primera, que aceptaría la última voluntad de su padre adoptivo. La segunda, que a partir de ese momento no podría confiar en nadie, todos pasaban a convertirse en un enemigo en potencia. Y la tercera, que lo primero que haría sería vengar la muerte de Julio César.

Aunque, claro, también milité en el bando del enemigo, tramando complots con Cicerón, Marco Antonio o Bruto o tejiendo telas de araña con las manos de Cleopatra.

Además, escribí versos con Virgilio y Horacio, y la historia de Roma con Tito Livio. Me enfrenté a los enemigos del Imperio junto a Marco Agripa y, en la segunda parte del libro, viví exiliada en una isla junto a Julia, la hija de Octavio.

John Williams ha sido capaz de transmitirme todo eso, de hacerme partícipe de una historia sugerente mediante un ritmo adecuado, una prosa cuidada y una buena ambientación.

No hay que olvidar, no obstante, que El hijo de César es una obra de ficción y que, como tal, se ha tomado algunas licencias con sucesos históricos o personajes. Las cartas son invención del autor, algunos hechos se han adaptado o modificado para seguir el hilo argumental, y es probable que los entendidos en la historia de Roma descubran en esta obra errores o tergiversaciones. Pero, a cualquiera que le interese mínimamente este período, encontrará en esta novela un modo de aproximarse a él y de observar, por encima del hombro de sus personajes, una época fascinante.
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lunes, 23 de febrero de 2009

La casa de Riverton - Kate Morton

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Reseña - realizada por Pilar Alonso y publicada en www.ciberanika.com

Editorial Suma de Letras
520 páginas
Género: Novela


Grace Bradley ahora es una anciana, pero antiguamente, poco antes de empezar la Primera Guerra Mundial, entró a servir en la casa de Riverton, y allí fue testigo de muchas cosas, algunas de las cuales preferiría haber olvidado para siempre.

Una carta, enviada por una guionista que quiere revivir aquellos escenarios, despertará todos sus recuerdos y la obligará, sin pretenderlo, a realizar un viaje por su memoria, que culminará con el suicidio, en 1924, de un joven poeta.


Opinión

Hay historias que te atrapan antes de comenzar a leerlas. Y eso fue lo que me sucedió con La casa de Riverton. Sabía que estaba ambientada a principios del siglo XX, un período que me gusta especialmente, y la portada era cautivadora. Así es que, antes de abrir la primera página, ya tenía varios puntos a su favor.

La novela se inicia en 1999, cuando una anciana recibe una inquietante carta. Una guionista cinematográfica prepara el guión de una película que hablará sobre la relación que mantuvo el poeta R.S. Hunter con las hermanas Hartford y su posterior suicidio, precisamente en la propiedad de las hermanas. La anciana que recibe la misiva sirvió durante años en la casa de Riverton, y necesitan consejo para recrear los escenarios donde va a filmarse la película.

Así se inicia el viaje de Grace, un regreso al pasado que la llevará hasta 1914, cuando entró a servir por primera vez en Riverton. Gracias a sus palabras podemos evocar cómo se vivía por aquel entonces, cómo afectó la Gran Guerra a los soldados y a los que permanecieron en sus casas y cómo, poco a poco, las consecuencias de aquella guerra iban a modificar la sociedad, haciendo tambalear todos sus cimientos. Fueron los locos años veinte.

La novela recrea magníficamente las relaciones entre amos y sirvientes, en una época en la que cada cual tenía muy claro a qué clase pertenecía. Cómo los criados lograban ser invisibles mientras atendían a sus señores, que continuaban con sus quehaceres exactamente como si no estuvieran allí. Testigos mudos que conocían todos los entresijos de la casa en la que trabajaban y que, habitualmente, sabían mantener los secretos de los que, voluntaria o involuntariamente, les hacían partícipes.

Pero la novela no se centra sólo en las cosas que les sucedían a los amos, también a los sirvientes, que pasaban la jornada en el piso de abajo y que también tenían sus propias historias. Grace, primero sirvienta y luego doncella, es el nexo de unión entre los dos mundos, tan próximos y a la vez tan distantes.

Hay más cosas interesantes en el libro. Una de ellas son las reflexiones que realiza la protagonista, anclada ya en la vejez, sobre el transcurrir del tiempo, sobre el amor, la vida y la guerra, las miserias humanas, los hechos grandes y pequeños que conforman nuestras propias historias... Y sobre cómo un suceso, en apariencia insignificante, como una mentira inocente o un malentendido, pueden resultar cruciales.

Y gracias a las experiencias de Hannah y Emmeline, las hermanas Hartford, es además un fragmento de lo que supuso, especialmente para las mujeres, los extraordinarios cambios que sacudieron sus, hasta entonces, limitados universos.

La casa de Riverton es, en suma, una novela completa, redonda, capaz de evocar una época, de crear una atmósfera que, en ocasiones, me recordaba vagamente a Daphne du Maurier. Intriga, drama psicológico y un poco de historia forman un cocktail que se saborea hasta la última gota.
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sábado, 21 de febrero de 2009

Trajano Triunfador

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Apuntes - por Pilar Alonso

Trajano, el primer emperador romano procedente de Hispania, gobernó desde el año 98 hasta el 117.

Puso en marcha un sistema de asistencia a las familias más pobres, propició el desarrollo provincial, llevó a cabo muchas obras urbanísticas (calzadas, monumentos, acueductos...), mejoró las comunicaciones, celebró juegos y luchas de gladiadores, y mediante la conquista (era, ante todo, un soldado) se hizo fuerte en política exterior, obteniendo grandes botines de guerra y nuevas provincias: Asiria y Mesopotamia entre ellas. Por todo ello el pueblo le admiraba y el Senado le respetaba. Fue tal su popularidad que era conocido, de manera informal, como el Optimus Princeps (el mejor príncipe), el primero del Imperio en ostentar ese título.

Enfermó mientras se hallaba de campaña en Oriente (los judíos se habían rebelado y la nueva provincia de Mesopotamia se les había unido) y falleció durante su regreso a Roma. Sus cenizas fueron transportadas a la urbe por su esposa, Plotina.

Era costumbre en Roma celebrar las victorias militares con un gran desfile, en el que los generales victoriosos desfilaban junto a sus tropas, acompañados por los prisioneros y el botín de guerra, en muchos casos tan abundante que el desfile podía durar más de un día.

Pero Trajano había muerto antes de alcanzar la metrópoli, sin poder disfrutar de su última victoria sobre los partos. Y a pesar de ello, obtuvo su desfile triunfal. Se construyó un maniquí imitando su figura y de ese modo pudo subirse al carro que le haría desfilar, por última vez, por las calles de Roma.
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miércoles, 18 de febrero de 2009

La caza - Clive Cussler

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Reseña - por Pilar Alonso

Editorial Plaza&Janés
413 páginas
Género: Novela

En un momento en el que el panorama literario parece saturado de obras dedicadas a las grandes conspiraciones, evangelios secretos y misterios templarios, resulta refrescante encontrar una novela muy alejada de esos temas, un western para más señas.

Clive Cussler, un aventurero donde los haya, que se dedica a buscar barcos y aviones de importancia histórica, nos deleita en esta ocasión con una novela ambientada a comienzos del siglo XX, en la que un ladrón de bancos, que se dedica a asesinar a todos los testigos antes de hacerse con el botín, ha logrado despistar a todas las fuerzas de seguridad. La Agencia de Detectives Van Dorn, réplica de la famosa Agencia de Detectives Pinkerton creada a mediados del XIX, recibe el encargo del Gobierno de Estados Unidos de atrapar al asesino. Y la Agencia pone en ello a su mejor agente: Isaac Bell. A partir de ese momento, todos los recursos serán pocos para cazar al hombre más buscado de América.

Tal vez esta novela no pueda enmarcarse en el western más típico. Estamos en el primer lustro del siglo XX, el ferrocarril está más que extendido (ya casi nadie huye a caballo), han entrado en escena los primeros automóviles capaces de superar los cien kilómetros por hora e incluso las primeras cámaras fotográficas capaces de captar instantáneas sin excesivo esfuerzo. Esos “adelantos” contribuyen a que la historia se aleje un poco de aquellos forajidos a caballo que cruzaban los polvorientos pueblos tras cometer sus atracos, disparando al aire sus Colt y lanzando gritos de triunfo mientras eran perseguidos por el sheriff y sus ayudantes.

Y aún así es evidente que la novela se enmarca dentro del género, con la mayoría de sus ingredientes: atracos, disparos, persecuciones de infarto... El autor ha sabido recrear la atmósfera de los pueblos mineros y de las grandes ciudades, como San Francisco. Su conocimiento sobre automóviles antiguos (la colección del autor es de las más famosas del mundo) es impecable. Las costumbres, los locales de moda, el vestuario... todo está cuidado con esmero, creando una atmósfera de la que resulta muy difícil sustraerse.

Y, como colofón, el terremoto de San Francisco de 1906, recreado hasta el detalle, con un Jack London recabando información o un Enrico Caruso huyendo de la ciudad destruida.

La novela, además, cuenta con algunas anécdotas históricas interesantes y detalles cotidianos bastante originales. Me van a permitir uno de ellos. Isaac Bell, el detective, está en un establecimiento y se detiene a leer una placa donde figuran las normas. Estarán de acuerdo conmigo en que no tienen desperdicio. Que cada cual extraiga sus propias conclusiones:

No disparen contra el pianista, lo hace lo mejor que sabe.
No se permiten caballos en los pisos superiores.
No más de cinco personas por cama.
El local dispone de servicios funerarios.
Camas, 50 céntimos; con sábanas, 75 céntimos.

Para terminar, sólo me queda decir que, a pesar de que la trama puede resultar un poco simplona en ocasiones, también es cierto que, a veces, para contar una buena historia no son necesarias excesivas florituras y que, en este caso, funciona más que bien. Las dosis justas de intriga y acción, añadidas a un ritmo en ocasiones trepidante, consiguen absorber por completo al lector y lanzarlo de cabeza a un mundo que muchos creíamos muerto para siempre.

Con este libro, Clive Cussler ha resucitado el western. Ojalá que otros muchos sigan su ejemplo.
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lunes, 16 de febrero de 2009

Enrique V (1989)

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Película - por Pilar Alonso

Esta fue la primera película de Kenneth Branagh basada en una obra de William Shakespeare. En ella, Enrique V de Inglaterra decide invadir Francia alegando sus derechos sobre el trono galo y el film se basa especialmente en la batalla de Agincourt (1415).
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Monólogos cargados de tensión dramática, un notable elenco de actores, muchos primeros planos y una realización que recuerda la puesta en escena de una obra de teatro más que de una película. El film no termina de ser redondo, el ritmo es algo lento y es fácil perder el interés durante la trama. Pero cuando llegamos a la batalla de Agincourt... todo cambia. Los soldados franceses les superan en número, en una proporción de, al menos, cinco a uno, y los ingleses, agotados y diezmados, se dejan vencer por el desánimo. Y es entonces cuando llega el momento álgido de la cinta: la arenga que Enrique V lanza a sus hombres, de las mejores que he oído. Uno tiene que morderse las lágrimas cuando Kenneth Branagh se sube a un carro y dice así:
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Este es el día de San Crispín.
El que sobreviva a este día y vuelva sano y salvo a su casa,
se izará sobre las puntas de los pies cuando se mencione esta fecha,
y se crecerá por encima de sí mismo al oír el nombre de San Crispín.
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El que sobreviva a este día y llegue a la vejez,
cada año, en la víspera de esta fiesta,
invitará a sus amigosy les dirá: «Mañana es San Crispín».
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Entonces se subirá las mangas, y,
al mostrar sus cicatrices,dirá:
«Recibí estas heridas el día de San Crispín».
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Los ancianos olvidan,
pero incluso quien lo haya olvidado todo,
recordará aún las proezas que llevará a cabo hoy.
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Y nuestros nombres serán para todos tan familiares
como los nombres de sus parientes,
y serán recordados con copas rebosantes de vino:
el rey Enrique, Bedford y Exeter,
Warwick y Talbot, Salisbury y Gloucester.
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Esta historia la enseñará un buen hombre a su hijo,
y, desde este día hasta el fin del mundo,
la fiesta de San Crispín nunca llegará
sin que a ella vaya asociado nuestro recuerdo,
el recuerdo de nuestro pequeño ejército,
de nuestro pequeño y feliz ejército,
de nuestra banda de hermanos.
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Porque quien vierta hoy su sangre conmigo
será mi hermano; por muy vil que sea,
esta jornada ennoblecerá su condición.
Y los caballeros que permanecen ahora en el lecho de Inglaterra
se considerarán malditos por no estar aquí,
y será humillada su nobleza cuando escuchen hablar a uno
de los que haya combatido con nosotros el día de San Crispín.
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Y los ingleses ganaron la batalla.



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Una batalla espectacular: barro, sangre y gritos, tal y como uno piensa que debieron ser los enfrentamientos durante la Edad Media. Y para rematar, la maravillosa escena del recorrido por el campo sembrado de cadáveres, con la música de Patrick Doyle de fondo, que pone el broche de oro a una película que, aunque sólo sea por esas dos escenas, merece la pena ver.
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martes, 10 de febrero de 2009

Muerte entre poetas - Ángela Vallvey

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Reseña - realizada por Pilar Alonso

Editorial Planeta
354 páginas
Género: Novela


Novela finalista Premio Planeta 2008


Un prestigioso encuentro literario se convierte en un asunto turbio cuando uno de los ponentes aparece asesinado de una puñalada.

Nacho Arán, poeta, meteorólogo y detective aficionado, llega pocas horas más tarde para participar en el evento. Libre de sospecha, podrá husmear a su gusto y descubrir, para su sorpresa, que todos los asistentes tenían motivos para odiar a la víctima.


Opinión

Las novelas policíacas me gustan. Me gusta tratar de adivinar quién es el asesino mediante las pistas que el autor me va ofreciendo, me gusta comprobar hasta qué punto he acertado y me gusta, sobre todo, que la novela sea redonda, que no queden esos molestos flecos que el autor no se ocupa de aclarar. La obra de Ángela Vallvey cumple los requisitos mínimos que yo espero en ese tipo de argumentos, aunque no haya logrado averiguar muy bien cómo llega el protagonista a la conclusión final, por qué decide hacer esa llamada que aclarará todo.

La novela tiene, sobre todo en los inicios, un aire a Diez negritos, de Ágata Christie. Un grupo de personas aisladas que deben convivir durante unos días, y un asesino entre ellos. La similitud se queda ahí. Ambas novelas toman distintos derroteros y la de Ángela Vallvey discurre por cauces bien distintos. No obstante, la sensación subyace durante toda la trama y, teniendo en cuenta que es una de las mejores obras de Christie, es sin duda uno de los aspectos que más he aplaudido.

Muerte entre poetas, además, está llena de referencia literarias, y eso consigue que los protagonistas resulten más creíbles en sus respectivos roles, además de ofrecer sabrosos comentarios de y sobre algunos maestros de las letras, Pío Baroja entre ellos.

La mayoría de los personajes de Vallvey desprenden una ternura y una humanidad capaz de traspasar las páginas del libro, y el lector se sumerge en sus historias con un cariño especial, como si estuviera leyendo la confesión de alguien cercano.

A pesar de todo lo antedicho, tengo que sacarle una pega a esta novela. Y es que algunas descripciones me han parecido excesivamente largas, incluso innecesarias y, en algún caso, complicadas en exceso. Por poner un ejemplo: "A Fabio lo asistía una mujer española, mayor, de piernas hinchadas recorridas por varices que se dibujaban en su piel con la renuencia de caudalosos ríos amazónicos con todos sus afluentes en un mapa del ejército". Creo yo que, para decir que una mujer de cierta edad tiene las piernas llenas de varices, se le ha ido un poco la mano. Afortunadamente, no abundan esos excesos, y el ritmo es lo bastante ameno y la historia lo suficientemente interesante como para que su lectura resulte entretenida.
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viernes, 6 de febrero de 2009

Héroes viajeros - Robin Lane Fox

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Reseña - realizada por Pilar Alonso

Editorial Crítica
596 páginas
Género: Ensayo


El historiador del mundo clásico Robin Lane Fox recrea en este libro la historia de los griegos del siglo VIII a.C., desde el Próximo Oriente hasta el Mediterráneo occidental, el modo en que sus viajes les hicieron entrar en contacto con las culturas que visitaban, y cómo, en algunos casos, adaptaron las historias que descubrían a sus propios mitos.


Es innegable la aportación de los griegos a la historia de Occidente: escritura, filosofía, mitología... Todo el mundo ha oído nombrar a Platón, Aristóteles o Sócrates, por no hablar de Alejandro Magno, Herodoto o, por supuesto, Homero, el más antiguo de todos ellos.

Tras el éxito de El mundo clásico. La epopeya de Grecia y Roma (2007), Robin Lane Fox realiza un estudio sobre los viajes llevados a cabo por los griegos durante el siglo VIII a.C. y cómo esos contactos con otras culturas conformaron parte de sus mitos. Y el resultado es apasionante.

Muchas veces no somos conscientes de cómo se crearon los mitos que han sobrevivido hasta hoy, los nombres de ciudades o paisajes, las creencias religiosas o incluso las obras clásicas. Héroes viajeros responde a algunas de esas preguntas y a muchas otras que tal vez nunca nos habíamos planteado.

De estas últimas hay un ejemplo que quiero remarcar. Hoy en día sabemos de la existencia de los dinosaurios, pero los antiguos griegos no tenían ni idea de que sobre la tierra hubiesen habitado esos enormes animales. Pues bien, cuando una inundación o un seísmo dejaba al descubierto los huesos de alguno de esos mastodontes, creían que eran los huesos de los gigantes y los titanes, que habían luchado contra Zeus. De ese modo confirmaban sus creencias y la mitología servía, una vez más, para explicar muchas de las realidades que los rodeaban.

Cuando los griegos llegaban a un asentamiento de otra cultura, hitita, fenicia o cualquier otra, y conocían los mitos y costumbres de sus habitantes, o contemplaban un paisaje del que querían saber más, escuchaban, entendían todo o parte, y hallaban en la mayoría de los casos una explicación en su propia mitología, e incluso tomaban prestados algunos detalles que contribuían a fortalecer sus propios mitos.

En la primera parte del libro, el autor realiza un recorrido buscando objetos griegos viajeros, que ponen de manifiesto que existía una larga historia de contactos, restos arqueológicos que evidencian la presencia de los eubeos en distintos asentamientos a lo largo de todo el Mediterráneo.

Pasa después a analizar algunos de los mitos griegos, comparándolos con los de otras culturas, para descubrir que hay muchas similitudes entre unos y otros y, por último, analiza los poemas de Homero y de Hesíodo, en el que aparecen muchos de ellos, y que es sin duda la parte más fascinante del libro.

De ese modo podemos saber cómo evolucionaron, cómo se adaptaron y qué versiones distintas hay de, por ejemplo, el nacimiento de Pegaso, el caballo alado, de la lucha de Zeus contra Crono, del culto a Adonis o Afrodita, o de la batalla de Zeus contra Tifón, por señalar los más notables.

Héroes viajeros es un recorrido por el Mediterráneo del siglo VIII a. C., por las primeras obras literarias conocidas, por la mitología y la historia, plagada de detalles, datos, notas y una extensa bibliografía.

Y es un viaje que merece la pena de principio a fin.
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miércoles, 4 de febrero de 2009

Sábados musicales y canelones

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Apuntes - por Pilar Alonso


Gioacchino Rossini (1792-1868), el compositor de El barbero de Sevilla, cosechó un gran éxito en vida, cosa poco habitual entre los músicos de su tiempo. A los 22 años se convirtió en el compositor más popular de Italia y a los 37 decidió retirarse, no volvió a componer ninguna otra ópera. La última había sido Guillermo Tell, que estrenó con escaso éxito, y entendió que debía pasar la batuta a talentos más jóvenes, con los que se veía incapaz de competir.

Desde entonces se dedicó a su otra gran pasión: la gastronomía, como comensal y como cocinero. Instauró la costumbre de celebrar cada sábado por la noche una cena especial para dieciséis comensales, cuidadosamente escogidos entre príncipes, artistas, nobles y políticos, con especialidades culinarias como los canelones rossini, los tournedós rossini o los macarrones, su plato predilecto. Exquisita decoración, vajillas de lujo y música componían los sábados musicales de Rossini, un hombre de gran sentido del humor y, al parecer, querido por todos.

Los requisitos para asistir a sus cenas eran tres: tener la capacidad de entretener al anfitrión, mostrar deferencia hacia su esposa Olimpia y destacar en algún ámbito. Los invitados, que debían vestir de gala, recibían la invitación impresa y, en ocasiones, un programa sobre la velada musical. Entre los asistentes figuraron Giuseppe Verdi, Alejandro Dumas, Gustave Doré, o el barón Rothschild, de cuyo cocinero, Carême, se hizo gran amigo.

Música, buena mesa y excelente compañía. ¿Qué más se le puede pedir a una noche de sábado?
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domingo, 1 de febrero de 2009

Trafalgar - Auguste Mayer

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Arte - por Pilar Alonso
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Trafalgar – Auguste Étienne François Mayer (Brest,1805- Brest, 1890), pintor francés especializado en motivos navales. Óleo sobre lienzo, 105 x 162 cm, Museo de la Marina, París. Pintado en 1836. Se desconoce el título real del lienzo. Es probable que la información sobre el cuadro se perdiera durante la Segunda Guerra Mundial.

El navío en primer plano es el Sandwich, que no estuvo presente en Trafalgar y que se debe probablemente a un error del artista. Se cree, en cambio, que podría tratarse del Temeraire, de 98 cañones, y que el barco medio destruido situado a la izquierda es el Redoutable, un navío de tercera clase francés de 74 cañones.

El Redoutable, comandado por el capitán Lucas, formaba parte de la flota franco-española que el 21 de octubre de 1805 se enfrentó a la escuadra inglesa en la Batalla de Trafalgar.

El Redoutable se enfrentó en primer lugar al buque insignia de la escuadra inglesa, el HMS Victory, de 104 cañones. Para paliar la desventaja en el número de cañones, aumentó el nivel de disparos de fusil y granadas, y trató de abordarlo. Una de esas balas fue la que hirió al almirante de la flota inglesa, Horacio Nelson, que moriría poco antes de finalizar la batalla. Otros barcos acudieron de inmediato a apoyar al HMS Victory, el Temeraire del capitán Eliab Harvey entre ellos. De ese modo, el Redoutable tenía por un lado al Victory y por el otro al Temeraire, y en un breve lapso de tiempo la mayor potencia de fuego de los británicos logró destruir la resistencia de los franceses, que terminarían rindiéndose al Victory.

De la dotación del Redoutable, compuesta por 634 hombres, murieron 487 y hubo 81 heridos. Uno de los muertos fue el capitán Lucas. El barco se hundiría al día siguiente debido a los numerosos daños sufridos.

El Redoutable fue el navío que sufrió más bajas en Trafalgar. En su honor, los franceses le pusieron su nombre a su primer submarino nuclear..
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