sábado, 31 de mayo de 2008

La Florencia de los Médicis. Arte, poder y muerte.

Artículo - por Pilar Alonso. .


Quien quiera ser feliz, séalo; del mañana no hay certidumbre...”
Lorenzo el Magnífico


Los Médicis fueron una familia temida y respetada, odiada y admirada. Hábiles políticos, buenos hombres de negocios y, especialmente, grandes mecenas del arte y las letras. Gracias a ellos, a Florencia se la conoce como la cuna del Renacimiento.


Las epidemias que asolaron Europa durante los siglos XIV y XV, especialmente la peste, no perdonaron a la ciudad de Florencia, que alrededor del año 1300 contaba con cerca de 100.000 habitantes, y que a principios de la segunda mitad del XIV, apenas tenía 50.000. Al igual que hicieron otras ciudades italianas, como Venecia o Génova, trató de aumentar sus territorios. Mantuvo luchas permanentes contra Pisa y Siena, y compró la ciudad de Livorno, hasta obtener, al fin, un acceso independiente de salida al mar.

El auge económico de Florencia tuvo lugar especialmente durante el siglo XIV y se debió en gran medida a tres factores: la industria de la lana, el comercio de tejidos y otros productos, y las operaciones bancarias. Los empresarios-mercaderes tenían sucursales, agencias y contactos en todas las ciudades importantes, tanto fuera como dentro de Italia. Eran expertos en finanzas y negocios, hasta tal punto que el florín de oro no tardó en adoptarse como moneda internacional de las operaciones de mercado. Y así se convirtieron, también, en los banqueros más poderosos de la cristiandad, manejando las finanzas tanto de las cortes europeas como de los Papas.

La desigualdad en la distribución de la riqueza se fue haciendo cada vez más patente a medida que el capital se concentraba en pocas manos. Y el poder político se dividía entre la oligarquía, centrada alrededor de los Albizzi (miembros de la lana y grandes terratenientes) y los Strozzi (los banqueros más poderosos).

Juan de Médici, conocido como Bicci, era hijo de Averardo de Médici, banquero, e inició su carrera como prestamista del “pueblo menudo”, formado en esencia por artesanos y clases populares. A su muerte, en 1429, fue su hijo mayor, Cosme, quien heredó la dirección de los negocios. Pero él no se contentó con mantener o ampliar la empresa familiar, quería participar en la política. La familia de los Albizzi, que lo consideraron una amenaza, trataron de quitarlo de en medio, primero encarcelándolo y luego exiliándolo. Los errores de Rinaldo degli Albizzi permitieron a Cosme el Viejo regresar un año más tarde, acceder al poder y convertirse en Señor de la ciudad. Lo primero que hizo fue expulsar a sus enemigos políticos y arruinar a los que se quedaron. No obstante, llegó a admitir en sus filas a sus antiguos adversarios siempre y cuando se doblegasen a sus exigencias.

Debido a la intercesión de su policía política, los Otto di Guardia, Cosme el Viejo se aseguró la elección de sus candidatos a las magistraturas, creó un nuevo Consejo con miembros vinculados a los Médicis y, tras el Tratado de Lodi (1454) por el que Milán, Venecia, Roma, Nápoles y Florencia se aseguraron mutuamente la no agresión, se convirtió en árbitro del entramado peninsular. Todo ello contribuyó a que la república florentina se fuese transformando en un principado.



Cosme había recibido una sólida educación y se mostró abierto de mente ante las novedades que se iban introduciendo en la cultura florentina. Coleccionó manuscritos, monedas, gemas... y protegió a escultores, pintores y eruditos, convirtiéndose en el mayor mecenas de su generación. Mandó erigir la Biblioteca Medicea, la primera abierta al público, encargó al pintor Paolo Uccello las tres pinturas que representan la victoriosa batalla de San Romano, continuó con el conjunto de San Lorenzo iniciado por su padre (cuya iglesia se encargó a Brunelleschi y donde Donatello esculpió los bronces de las puertas de la Sacristía Vieja), restauró el convento de San Marcos y encargó a su arquitecto oficial, Michelozzo, la construcción del palacio de la Via Larga, el Palazzo Médici. Durante esos años, especialmente tras 1454, en el que finalizó las guerras que había emprendido, Florencia disfrutó de una considerable prosperidad económica, con una actividad constructora muy intensa.

A su muerte en 1464, le sucedió su hijo Pedro el Gotoso, con el que se iniciaron los primeros problemas bancarios de la familia y los primeros atentados contra su vida, el más conocido de los cuales tuvo lugar en agosto de 1466. Uno de sus mayores logros consistió en casar a su hijo Lorenzo con una Orsini, una antigua familia noble romana, con lo que se aseguraba contactos, poder militar y la entrada en la aristocracia para las futuras generaciones. A su fallecimiento, en 1469, dejó dos hijos: Lorenzo, de apenas veinte años, y Giulianno.

Igual que hiciera su abuelo Cosme, Lorenzo se supo rodear de afectos a su persona y alejó a los potencialmente peligrosos. Gracias a la prosperidad de la ciudad y a la paz exterior que acompañaron su gobierno, se granjeó la simpatía de los ciudadanos florentinos. Además, abrió sus puertas al pueblo de Florencia y, a cambio de cualquier cosa que pudieran permitirse, ofreció ayuda a los ciudadanos corrientes de la Toscana, con lo que fue tejiéndose una red por todo el territorio, gli amici delle amici.

Lorenzo el Magnífico representó el ideal del humanismo florentino: dotes literarias, aficiones intelectuales, talento político... Procuró evitar la ostentación y vivir con cierta sencillez. Era refinado, culto y carismático. Se convirtió en protector de Miguel Ángel, a quien llevó a vivir a su casa con sus hijos, descubrió a Leonardo Da Vinci y protegió a Botticelli. A su muerte, en 1492, se realizó un inventario de sus propiedades, entre las que destacan cuadros de Botticelli, esculturas de Donatello y obras de artistas extranjeros, así como vasos con incrustaciones de piedras preciosas y una importante colección de camafeos, que adquiría con afán. Formó parte de la Academia Platónica de Marsilio Ficino, que su abuelo Cosme había ayudado a fundar, y que reuniría a los hombres más brillantes de su época, como a Pico della Mirandola, y cuya influencia alcanzó a los grandes artistas del Renacimiento: Miguel Ángel, Botticcelli, Rafael... En un mundo dominado por la Iglesia, Lorenzo inyectó un espíritu de libertad secular.


Pero las grandes familias florentinas no estaban dispuestas a consentir que Lorenzo continuara gobernando la ciudad y, con ayuda del Papa Sixto IV, al que el Médici había negado un préstamo, se urdió la conjura de los Pazzi. Los Pazzi eran una familia de banqueros rival, la segunda familia más rica de Florencia, con un linaje más antiguo y más noble que la de los Médicis. Cuando Lorenzo asumió el poder procuró apartarlos y éstos decidieron asesinarle, a él y a su hermano. En la misa de Pascua de 1478, en el interior de la catedral, delante de todos los fieles, los conjurados asestaron diecinueve puñaladas a Giulianno, que murió en el acto, e hirieron levemente a Lorenzo, que logró refugiarse en la sacristía y escapar. Contrariamente a lo que esperaban los conspiradores, los florentinos se volcaron en el Médici y, cuando recuperó el poder, sus partidarios dieron buena cuenta de sus enemigos mediante una durísima y sangrienta represión. Cuando supo que el Papa se había aliado con el rey de Nápoles y enviado tropas para acabar con los Médicis, decidió viajar solo, asumiendo un gran riesgo, a negociar con sus enemigos del sur. Durante un mes bordeó la costa, y su barco atracó en Nápoles justo antes de la Navidad de 1479. Llegó con dinero y regalos para todos los cortesanos, y su enorme carisma y sus riquezas le permitieron ganarse al rey Fernando I de Nápoles, un hecho que obligó al Papa a congraciarse con Lorenzo.


De vuelta en Florencia, asumió poderes casi monárquicos, estipulando que cada ley que se promulgase requeriría de su previa aprobación, aumentó su control sobre el conjunto de la población y consiguió que su hijo Juan, el futuro Papa León X, fuese nombrado cardenal en 1489. Pero su talento comercial no fue igual que el de sus antepasados, y empleó el capital familiar para financiar sus gustos artísticos, hecho que se vio agravado cuando varios monarcas europeos no pudieron hacer frente a las deudas que habían contraído con su casa, lo que provocó el cierre de varias sucursales en todo el continente y, por ende, la bancarrota.
La banca había quebrado, la ciudad atravesaba una crisis económica, con muchos talleres cerrados y gran número de desempleados, y Savonarola, un monje dominico, fanático y gran orador, soliviantaba a las masas contra los Médicis, alegando que Lorenzo conducía a la ciudad por un sendero decadente hacia la destrucción. El Magnífico cayó gravemente enfermo en 1492, cuando tenía 43 años y, pese a los esfuerzos de los médicos, uno de los cuales le aconsejó un remedio a base de perlas y piedras preciosas pulverizadas, murió. Las predicciones de Savonarola parecían hacerse realidad y cada día cosechaba mayor número de adeptos, aduciendo que era necesario adoptar una vida más cristiana y pura. El imperio Médicis se desmoronaba.


A Lorenzo el Magnífico le sucedió su hijo Pedro el Desafortunado, que se vio obligado a abandonar la ciudad en 1494, tras pactar con Carlos VIII de Francia el paso de sus tropas por Florencia, camino de la conquista de Nápoles, un acuerdo que los florentinos no le perdonaron. El pueblo saqueó el Palazzo Médici y el gobierno subastó la mayor parte de sus obras de arte. Los aristócratas rivales encargaron a Savonarola tratar con el monarca francés, al que veían como el salvador que los había librado de los Médicis. El monje se convirtió así en el líder político de la urbe.


Tras la marcha de los franceses, el dominico se encargó de suprimir el ordenamiento político instaurado por los Médicis y propugnó una purificación moral en la que nada mundano estaba permitido. Savonarola condenó cualquier adorno, todo lo que no tuviera que ver directamente con la religión estaba prohibido, se apalizó a las prostitutas, se quemó a homosexuales y creó unas bandas de jóvenes militantes que recorrieron las calles de Florencia haciendo cumplir sus normas. Quemó en una gran hoguera libros, pelucas, cosméticos, ropas, joyas y figuras, y hasta Boticelli, reconvertido a su causa, arrojó algunos de sus cuadros a las llamas de la que se llamó la “hoguera de las vanidades”.


Después de que la Liga Santa, encabezada por España, expulsara de Italia a las fuerzas francesas, y con Savonarola ya desaparecido, los Médicis retornaron a Florencia y Juliano, segundo hijo de Lorenzo el Magnífico y protector de Leonardo Da Vinci, recuperó el poder en 1512. Su muerte prematura en 1516 hizo que su sobrino Lorenzo el Joven, hijo de Pedro, (a quien Maquiavelo dedicó El Príncipe) accediera al gobierno. Lorenzo el Joven obtuvo del Papa León X, su tío, el título de conde de Urbino y se casó con una pariente del rey francés, de cuya unión nació Catalina de Médici, que se convertiría en reina de Francia.


Pocos Médicis destacaron después en la historia de Florencia y también se sabe menos de ellos. Cosme I, hijo de Juan de las Bandas Negras y nieto de Caterina Sforza, un miembro de la rama secundaria de la familia, y al que Pío V concedió el título de Gran Duque de Toscana en 1560, fue seguramente el último. Llegó al poder tras el asesinato de Alessandro de Médici (primer Duque de Florencia) por Lorenzino Médici, un primo lejano. Pese a su juventud, sólo contaba 17 años a su llegada a la ciudad desde las propiedades de Mugello, Cosme I El Grande tomó las riendas del poder con vigor. Restauró la dinastía Médici, se casó con una sobrina del emperador Carlos V, reforzó el ejército y las defensas de la ciudad, emprendió obras para la mejora de la urbe y conquistó Siena. Anuló el poder de las familias más importantes de Florencia y se convirtió en un tirano. A pesar de su prodigalidad como mecenas, durante su mandato se produjo la decadencia del arte florentino, que desde comienzos del siglo XVI se había trasladado a Roma.


Le sucedió su hijo Francisco I de Médici, poco interesado en la política y en los negocios, y a éste su hermano Fernando I de Médici, que fue un gran administrador. Otros Médicis continuaron siendo Grandes Duques de Toscana, y muchos emparentaron con las casas más prestigiosas de Europa.


Pero ya no hubo otro Cosme el Viejo, ni, desde luego, otro Lorenzo el Magnífico.




La bibliografía sobre el período es extensa, tanto en ensayo como en novela. Fue una época llena de grandes nombres: los Borgia, Maquiavelo, Da Vinci, Copérnico, Americo Vespucio, Miguel Ángel... y por supuesto los Médicis, que aparecen como referencia al hablar sobre la mayoría de ellos. De entre todas las obras existentes, he destacado sólo unas cuantas, por si a alguien le apetece internarse un poco más en los vericuetos de una etapa tan rica en acontecimientos. La mayor parte están basados en la Conjura de los Pazzi, que es uno de los temas sobre los que más se ha escrito. Y Lorenzo el Magnífico es sin duda la estrella de esta extraordinaria familia.


Novelas:
Susana Fortes, Quattrocento, Planeta, 2007
Richard Dubell, Una misa por los Médici, Edhasa, 2006
Sarah Dunant, Amor y muerte en Florencia, Grijalbo, 2004
Lauro Martines, Sangre de abril, Turner Ediciones, 2004
Fernando Fernán-Gómez, La cruz y el lirio dorado, Espasa Calpe, 1998

Biografía novelada:
Eric Frattini, La conjura: matar a Lorenzo de Médici, Espasa Calpe, 2006

Ensayo:
Christopher Hibbert, Florencia, esplendor y declive de la casa de Médici, 2008
Jack Lang, Lorenzo el Magnífico, Ediciones Destino, 2007
Lorenzo de Médici, Los Médicis, nuestra biografía, Plaza&Janés, 2002




Escudo de los Médicis


Originalmente, el blasón estaba constituido por once llamativas piezas redondas sobre un fondo dorado. Cosme el Viejo redujo el número a ocho. Su hijo Pedro el Gotoso se contentó con siete, de las cuales colocó una en el centro, con tres flores de lys. Había obtenido del rey de Francia, Luis XI, en 1465, el derecho de enarbolar las flores de lys de Francia en recompensa por los servicios prestados a la corona.
Lorenzo el Magnífico simplificó aún más el número, dejándolo en seis, y situó la flor de lys en el vértice. Cosme I el Grande fijó definitivamente el escudo, optando por la forma oval.
Según algunas fuentes, las esferas son besantes (piezas monetarias que harían referencia al origen de la fortuna familiar), aunque lo más probable es que fuesen roeles (piezas heráldicas redondas que siempre van pintadas de color).
El francés Pierre Paillot publicó a mediados del siglo XVII un libro sobre heráldica y en él figura una leyenda acerca del escudo de los Médicis:
“Esas seis piezas, de las que la primera originalmente era igual que las otras, las tomó Evrard de Médicis, caballero francés, que había seguido al emperador Carlomagno a las guerras de Italia para expulsar a los Lombardos. Venció en duelo al gigante Muel, que tenía oprimidos a los florentinos, quien durante el combate le propinó un golpe con su maza, de la que pendían seis bolas de hierro ensangrentadas, y que dejaron su huella sobre el escudo dorado. Carlomagno, en memoria de la hazaña y del combate, le otorgó el blasón de oro con los seis roeles, como trofeo de su victoria, que sus descendientes conservaron hasta que Pedro de Médicis obtuvo el favor real de Luis XI para cambiar el color de una de las piezas del rojo original al azul y añadirle tres flores de lys doradas”.

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