Reseña - realizada por Pilar Alonso y publicada en www.ciberanika.com
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Editorial La Factoría de Ideas
377 páginas
Género: Novela - Ciencia ficción
Gurgeh es un jugador profesional en La Cultura, un maestro dedicado al estudio de los juegos: da conferencias, escribe artículos, asiste a eventos sociales... y reconoce que todo le está comenzando a resultar un poco tedioso.
Un chantaje le obligará a dejarlo todo para internarse en lo desconocido: el Imperio de Azad y participar en el juego supremo, un desafío tan excitante y espectacular que el ganador se convierte en Emperador.
Azad es un lugar próspero y peligroso, cruel y apasionante, y Gurgeh deberá enfrentarse no sólo al reto que supone el mismo juego, sino a toda una sociedad completamente distinta y perturbadora, donde no todo es lo que parece y donde arriesgará su propia vida.
Opinión
Una buena novela ha de ser capaz de mantener al lector pegado a la silla. Si la novela es de ciencia ficción, y el lector es medio profano en la materia, el esfuerzo del autor ha de ser doble. Y Banks cumple con creces.
He de reconocer que al principio lograba perderme en las Placas, los VGS, las unidades y demás terminología futurista, pero la trama pronto comenzó a resultarme tan interesante que apenas si prestaba atención a ese tipo de detalles, que poco a poco se fueron haciendo más comprensibles.
La Cultura es una sociedad tan avanzada que no existen las leyes, los cerebros llevan implantadas unas glándulas que administran drogas de distintos tipos según las necesidades, los cuerpos se regeneran sin problemas y se puede cambiar fácilmente de sexo tantas veces como se quiera y según las apetencias del usuario. No hay nada prohibido, se puede viajar a velocidades supersónicas y las casas son tan inteligentes que dan miedo.
El Imperio, Azad, no es tan avanzado, en algunos aspectos es casi primitivo, y por su estructura social me recordaba un poco a nuestro planeta, en una versión más cruel y tiránica.
Las comparaciones entre ambas resultan muy atractivas y el modo en que Gurgeh se asombra ante cosas que para nosotros resultarían más o menos normales es cautivador.
Y el juego, alrededor del cual gira toda la trama, sigue siendo un misterio después de cerrar la última página. El autor no ha necesitado explicar los pormenores del mismo y aún así resulta tan creíble como el parchís. Se juega en tres tipos de tableros de unos tamaños tan gigantescos que uno se puede mover a su antojo por su superficie, se usan cartas, piezas y territorios (y en algún momento también es posible que dados) y el objetivo parece ser el exterminar a tu oponente o controlar sus territorios. Me recordaba a una especie de Risk pero a lo bestia. No dejaba de sorprenderme que Banks fuera capaz de explicarme cómo estaban jugando Gurgeh y su/s contrincante/s sin proporcionarme detalles precisos sobre el modo de hacerlo, y aún así yo podía visualizar la partida.
Sin duda la nota de humor de esta novela son los nombres de las naves. He señalado algunas porque no tienen desperdicio: “Cañonera diplomática”, “Bribonzuelo”, “Al cuerno la sutileza”, “Bésame el culo”, “Pues claro que sigo queriéndote” o “Limítese a leer las instrucciones”: un derroche de imaginación.
En definitiva, y para terminar, he de decir que “El jugador” es una novela original y seductora, que mantiene la intriga hasta el final (que he de decir resulta un poco ambiguo), inteligente y ambiciosa.
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Un chantaje le obligará a dejarlo todo para internarse en lo desconocido: el Imperio de Azad y participar en el juego supremo, un desafío tan excitante y espectacular que el ganador se convierte en Emperador.
Azad es un lugar próspero y peligroso, cruel y apasionante, y Gurgeh deberá enfrentarse no sólo al reto que supone el mismo juego, sino a toda una sociedad completamente distinta y perturbadora, donde no todo es lo que parece y donde arriesgará su propia vida.
Opinión
Una buena novela ha de ser capaz de mantener al lector pegado a la silla. Si la novela es de ciencia ficción, y el lector es medio profano en la materia, el esfuerzo del autor ha de ser doble. Y Banks cumple con creces.
He de reconocer que al principio lograba perderme en las Placas, los VGS, las unidades y demás terminología futurista, pero la trama pronto comenzó a resultarme tan interesante que apenas si prestaba atención a ese tipo de detalles, que poco a poco se fueron haciendo más comprensibles.
La Cultura es una sociedad tan avanzada que no existen las leyes, los cerebros llevan implantadas unas glándulas que administran drogas de distintos tipos según las necesidades, los cuerpos se regeneran sin problemas y se puede cambiar fácilmente de sexo tantas veces como se quiera y según las apetencias del usuario. No hay nada prohibido, se puede viajar a velocidades supersónicas y las casas son tan inteligentes que dan miedo.
El Imperio, Azad, no es tan avanzado, en algunos aspectos es casi primitivo, y por su estructura social me recordaba un poco a nuestro planeta, en una versión más cruel y tiránica.
Las comparaciones entre ambas resultan muy atractivas y el modo en que Gurgeh se asombra ante cosas que para nosotros resultarían más o menos normales es cautivador.
Y el juego, alrededor del cual gira toda la trama, sigue siendo un misterio después de cerrar la última página. El autor no ha necesitado explicar los pormenores del mismo y aún así resulta tan creíble como el parchís. Se juega en tres tipos de tableros de unos tamaños tan gigantescos que uno se puede mover a su antojo por su superficie, se usan cartas, piezas y territorios (y en algún momento también es posible que dados) y el objetivo parece ser el exterminar a tu oponente o controlar sus territorios. Me recordaba a una especie de Risk pero a lo bestia. No dejaba de sorprenderme que Banks fuera capaz de explicarme cómo estaban jugando Gurgeh y su/s contrincante/s sin proporcionarme detalles precisos sobre el modo de hacerlo, y aún así yo podía visualizar la partida.
Sin duda la nota de humor de esta novela son los nombres de las naves. He señalado algunas porque no tienen desperdicio: “Cañonera diplomática”, “Bribonzuelo”, “Al cuerno la sutileza”, “Bésame el culo”, “Pues claro que sigo queriéndote” o “Limítese a leer las instrucciones”: un derroche de imaginación.
En definitiva, y para terminar, he de decir que “El jugador” es una novela original y seductora, que mantiene la intriga hasta el final (que he de decir resulta un poco ambiguo), inteligente y ambiciosa.
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