Artículo - por Pilar Alonso
Con ese apodo, el ladrón de El Cairo, llamaban sus súbditos al rey Faruk I (1920-1965), el último rey de Egipto. Un golpe de Estado, encabezado por Nasser, le obligó a exiliarse en 1952, primero en Italia y luego en Mónaco.
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Llevó una vida de lujos, excesos y excentricidades, algunos ciertos y otros tal vez sólo leyenda.
Coleccionaba todo tipo de objetos: cuadros, sellos, monedas, botes de aspirinas...y cuando abandonó su palacio se encontró una inmensa colección de pornografía proveniente de multitud de países.
Conoció a la diva mexicana María Félix y le ofreció la corona de Nefertari a cambio de pasar una noche con él, algo a lo que la actriz se negó.
Tuvo más de cien automóviles, con los que le gustaba recorrer las calles de El Cairo a toda velocidad, con absoluto desprecio por los peatones y otros conductores. De hecho, llevaba una pistola con la que disparaba a los neumáticos de los que osaban adelantarle. Pintó todos sus coches de rojo y prohibió usar ese color a los demás, para que la policía pudiera reconocerle fácilmente y evitase pararle.
Poseía villas, yates, joyas, aviones y dinero, todo en grandes cantidades.
Se casó tres veces e insistió en que los nombres de sus cuatro sus hijos comenzaran por F, que decía era su letra de la suerte.
Pero lo que le valió el sobrenombre de El ladrón de El Cairo fue su terrible hábito de coger lo que le interesaba en cualquier parte en donde se hallase. Hay una anécdota, presumiblemente cierta, en la que se cuenta que un oficial de visita en palacio llevaba un arma que gustó al rey, que preguntó si podía echarle un vistazo. Nunca se la devolvió.
En fiestas y recepciones oficiales robaba relojes de bolsillo, pitilleras, mecheros y billeteras. Se rumoreaba que había tomado lecciones de un carterista profesional. No obstante, el caso más famoso de su cleptomanía tiene que ver con Winston Churchill, a quien Faruk trató de robar un reloj de bolsillo que la reina Ana había regalado a uno de sus antepasados. Y no menos famoso fue el robo de la espada ceremonial en el entierro del Sha de Persia, así como las medallas de su cadáver.
Coleccionaba mujeres, y parecían gustarle especialmente jóvenes y, a ser posible, casadas o comprometidas; frecuentaba los nightclubs de El Cairo para jugar a los juegos de azar, algo que prohíbe el Corán; era un célebre fumador de habanos y comía con un apetito voraz. Dicen que para desayunar tomaba huevos y una cesta de tostadas, y de segundo plato langosta, cordero, pollo, bistec y caviar. Bebía al menos 30 refrescos al día y la coca-cola era su favorito. Todo ello le acarreó escasa simpatía entre su pueblo, asolado por el hambre y la miseria, y le convirtió en la obesa figura que ya no abandonaría hasta su muerte.
Falleció en Roma de un infarto a los 45 años, durante una copiosa cena.
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Son varias las teorías que tratan de explicar el desproporcionado comportamiento de este monarca. Complejo de inferioridad (circulaban rumores acerca de su virilidad y del pequeño tamaño de su pene), desarreglo hormonal, necesidad de atención... fuera cual fuera la causa, no hay duda de que su vida fue un cúmulo de excesos.
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Llevó una vida de lujos, excesos y excentricidades, algunos ciertos y otros tal vez sólo leyenda.
Coleccionaba todo tipo de objetos: cuadros, sellos, monedas, botes de aspirinas...y cuando abandonó su palacio se encontró una inmensa colección de pornografía proveniente de multitud de países.
Conoció a la diva mexicana María Félix y le ofreció la corona de Nefertari a cambio de pasar una noche con él, algo a lo que la actriz se negó.
Tuvo más de cien automóviles, con los que le gustaba recorrer las calles de El Cairo a toda velocidad, con absoluto desprecio por los peatones y otros conductores. De hecho, llevaba una pistola con la que disparaba a los neumáticos de los que osaban adelantarle. Pintó todos sus coches de rojo y prohibió usar ese color a los demás, para que la policía pudiera reconocerle fácilmente y evitase pararle.
Poseía villas, yates, joyas, aviones y dinero, todo en grandes cantidades.
Se casó tres veces e insistió en que los nombres de sus cuatro sus hijos comenzaran por F, que decía era su letra de la suerte.
Pero lo que le valió el sobrenombre de El ladrón de El Cairo fue su terrible hábito de coger lo que le interesaba en cualquier parte en donde se hallase. Hay una anécdota, presumiblemente cierta, en la que se cuenta que un oficial de visita en palacio llevaba un arma que gustó al rey, que preguntó si podía echarle un vistazo. Nunca se la devolvió.
En fiestas y recepciones oficiales robaba relojes de bolsillo, pitilleras, mecheros y billeteras. Se rumoreaba que había tomado lecciones de un carterista profesional. No obstante, el caso más famoso de su cleptomanía tiene que ver con Winston Churchill, a quien Faruk trató de robar un reloj de bolsillo que la reina Ana había regalado a uno de sus antepasados. Y no menos famoso fue el robo de la espada ceremonial en el entierro del Sha de Persia, así como las medallas de su cadáver.
Coleccionaba mujeres, y parecían gustarle especialmente jóvenes y, a ser posible, casadas o comprometidas; frecuentaba los nightclubs de El Cairo para jugar a los juegos de azar, algo que prohíbe el Corán; era un célebre fumador de habanos y comía con un apetito voraz. Dicen que para desayunar tomaba huevos y una cesta de tostadas, y de segundo plato langosta, cordero, pollo, bistec y caviar. Bebía al menos 30 refrescos al día y la coca-cola era su favorito. Todo ello le acarreó escasa simpatía entre su pueblo, asolado por el hambre y la miseria, y le convirtió en la obesa figura que ya no abandonaría hasta su muerte.
Falleció en Roma de un infarto a los 45 años, durante una copiosa cena.
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Son varias las teorías que tratan de explicar el desproporcionado comportamiento de este monarca. Complejo de inferioridad (circulaban rumores acerca de su virilidad y del pequeño tamaño de su pene), desarreglo hormonal, necesidad de atención... fuera cual fuera la causa, no hay duda de que su vida fue un cúmulo de excesos.
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