sábado, 26 de junio de 2010

Entrevista a Antonio Cabanas por El hijo del desierto

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En el marco incomparable del Hotel Casa Fuster, en Barcelona, me encontré con Antonio Cabanas, apasionado de Egipto y, en sus ratos libres, piloto comercial. El escenario era ideal para sumergirse en una buena historia y charlamos sobre Tutmosis III y sobre Ramsés II, pero también sobre serpientes y templos, y sobre la guerra, y la muerte, y el amor.

Su última novela, El hijo del desierto, encierra todas esas cosas y muchas más. Poder hablar con el autor acerca de ella fue todo un privilegio.



- Los no especializados en historia del Antiguo Egipto entienden sus más de 3.000 años de historia como un todo único, aunque hay muchas diferencias entre los distintos períodos. ¿Crees que es un error muy común?

Absolutamente. Cada período fue diferente, todos fueron grandes, y todos tuvieron sus luces y sus sombras, como en todas las épocas, la prueba está en todas mis obras. En este libro en concreto se asoma un Egipto que no es muy conocido, en el que domina la imagen de la guerra. Siempre que pensamos en el Antiguo Egipto lo hacemos en su sociedad civilizada, en su asombrosa cultura, en la monumentalidad de todo lo que hicieron y también en la organización de su sociedad. Pero cuando ves las guerras, cómo eran, te das cuenta de que las guerras son malas siempre. Es una prueba más, sin duda, de que cada período es distinto.



- En la anterior entrevista que te hice por la publicación de El sueño milenario, te preguntábamos cuál te parecía la época dinástica más fascinante de la historia de Egipto y confesabas sentir debilidad por las dinastías III a V. Pero en tus novelas, hasta la fecha, has elegido marcos históricos relacionados con las dinastías XVIII a la XX, que ocupan casi 500 años de historia. ¿Por qué?

A mí el Imperio Antiguo es el que más me gusta, porque en aquella época los faraones eran realmente dioses, eran el poder sobre la tierra. Pero sin embargo he escrito sobre esos otros períodos porque disponen de una documentación mayor para poder llevar al lector realmente lo que ocurrió con cierto rigor. Si nos vamos a la época de Zoser, por ejemplo, ya los velos del tiempo envuelven todo de tal forma que es que complicado y hay que fabular demasiado. En el caso de El hijo del desierto, por ejemplo, hay mucha documentación sobre el período de Tutmosis III y podemos acercar al lector a algo que realmente sí ocurrió.



- ¿Algún día escribirás alguna ambientada en tu período favorito?

Sí, sin duda. Me llevará más documentación o tendré que dar un sesgo diferente, quizá recrear más el ambiente sin generalizar en los personajes históricos y dar mayor protagonismo a un personaje de ficción que me permita fabular.
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- La religión tenía una gran importancia en la vida de los egipcios y había un gran número de dioses grandes y pequeños. Muchos de ellos aparecen en la novela. Supongo que debía ser complicado conocerlos todos y saber a quién debían dirigirse en un determinado momento.

Los conocían perfectamente, como nosotros hasta no hace muchos conocíamos a la mayoría de los Santos. Y hay un hecho fundamental. Los dioses en el Antiguo Egipto realmente vivían con los ciudadanos, la religión lo impregnaba todo y formaba parte de la vida cotidiana. Eran muy santurrones, igual que nuestras abuelas con los rosarios o el santoral. En un período algo posterior al de la novela, los niños llevaban incluso relicarios con un papiro pequeñito en el que había unas inscripciones que les protegían del mal de ojo o de las enfermedades que les pudieran sobrevenir, exactamente igual que nosotros.



- Uno de los episodios que más me han llamado la atención ha sido la matanza de elefantes en Siria durante el reinado de Tutmosis I y que se repetiría con su nieto Tutmosis III. ¿Un sacrificio, un desahogo…? ¿Era una práctica común lo de las cacerías indiscriminadas?

Eran veleidades cinegéticas. Venían de la guerra y por el camino hacían auténticas matanzas para celebrar sus años de reinado o cualquier otra cosa. Es un lado oscuro que forma parte de la obra y que también hay que conocer. Este libro es, en definitiva, un alegato contra la guerra. Y toda esa barbarie del hombre se muestra también en esas cacerías. Eran muy aficionados a la caza, muy propia del faraón y de los guerreros.



- En la novela comentas que cuando el faraón era coronado como tal, adoptaba un nuevo nombre: en el caso de Tutmosis III fue Menjeperre: Rey de Reyes. ¿A qué se debía dicha práctica? ¿Quién escogía el nuevo nombre?

Él se ponía el nombre, era su potestad. Cuando nacían les ponían un nombre. A él lo llamaron Tutmosis, que significa Nacido de Tot. Pero cuando se coronó adoptó el de Menjeperre. Pero tenía además otros tres nombres, que eran litúrgicos: el hijo de Ra, el Horus viviente, Señor de las Dos Tierras…

En concreto Menjeperre significaba dos cosas: primera, el poder para proteger a su pueblo y la segunda, que con ese nombre hacía referencia al poder germinativo, sexual, a que era capaz de tener muchos hijos.



- En un momento dado, uno de los personajes le recomienda a otro que, para comportarse debidamente en una fiesta y seguir los preceptos de las buenas maneras, debe aplicar lo que dice el libro “Sátira de los oficios”. ¿Existe ese libro?

Sí, existe. De hecho son unos textos que forman parte de la literatura clásica egipcia. Es como una especie de enciclopedia de muchas cosas, entre ellas las buenas maneras.



- La figura del escriba no sale muy bien parada en tu novela. Era una figura importante de la administración y muy despreciada al parecer por quienes eran ajenos a ella. ¿Qué hay de cierto en eso?

Es cierto, los militares los despreciaban. En los textos que hemos comentado antes, la Sátira de los oficios, se habla también de los oficios que hay, cuáles son los que debe seguir un hombre para vivir mejor y ser más digno. El de soldado, como están escritos en la época del Imperio Antiguo, sale muy mal parado. Dice que son parias, que van a vivir muy mal y todas las cosas malas que puedas imaginar. Eran considerados gente inculta y del peor estrato social.

Los únicos que sabían leer eran los escribas, que tenían acceso a mucha de la información que se encontraba en los templos. Eran muy minuciosos y muy organizados. En el ejército había uno para cada 200 soldados, y apuntaban todo lo que hacían. Eran terribles, tenían incluso más poder que los comandantes y tenían potestad para imponer castigos. No, no resultaban muy simpáticos a los soldados.



- Heka, la madre adoptiva de Sejemjet, mantiene una estrecha relación con las serpientes, cobras en concreto, que se comportan casi como animales de compañía.

Yo he visto esa relación con las cobras en paisanos de Heka, en el Sur de Egipto, en casas a las que acuden de visita las cobras porque les dan de comer. Lo hacen como amigas, como visitas, recelan de los extraños y se mueven entre los miembros de la familia con absoluta confianza. Hay que tener mucho cuidado con ellas al dormir, porque se acurrucan junto al cuerpo en busca de calor y un movimiento brusco durante la noche puede provocar una mordedura fatal. Los que tratan con ellas han llegado a desarrollar un instinto que les permite moverse con suavidad durante el sueño, para no molestarlas. Es increíble.
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- La misma Heka le dice textualmente a Sejemjet acerca de Tutmosis III “El dios que gobierna esta tierra será recordado por generaciones sin fin. No habrá ningún otro tan poderoso como él”. ¿Eso es realmente así? ¿Más que Seti I o Ramsés II?

Bueno, Ramsés II es un personaje curioso. Él se bastó para hacerse publicidad como nadie, y se apropió de muchas esculturas de otros reyes, una práctica bastante habitual por otro lado. Era un verdadero megalómano y además gobernó durante muchos años. No guerreó casi nada pero lo pareció.

Tutmosis III, en cambio, fue quien realmente expandió el reino de Egipto y le proporcionó mayor gloria.



- Háblanos de Senu. ¿Por qué decidiste incluir un personaje como él en tu novela?

En principio quería que alrededor del protagonista hubiera otros personajes que nos mostraran también cómo era la sociedad de aquel tiempo. Se me ocurrió incluir a Senu, que también era guerrero pero que no tenía nada que ver con Sejemjem, y según iba escribiendo le fui dando protagonismo. No estaba pensado así desde el principio, pero fue asumiendo personalidad a medida que yo avanzaba. Cumple su función y su papel y quise meter un poco de comedia. Me reí mucho escribiendo algunas de sus escenas.



- ¿Por qué crees que Tutmosis III comenzó su persecución contra su antecesora, Hatshepsut, borrando su nombre de las inscripciones de los monumentos y de las listas reales?

Al principio no sólo no la persiguió, sino que mantuvo los altos cargos nombrados por su tía. Sin embargo, en los dos últimos años de su reinado, sin que se sepa muy bien por qué, sí inició esa persecución.




- Eres gran admirador de Naguib Mahfuz, como ya reconociste en nuestra anterior entrevista. Si tuvieras que recomendar a nuestros lectores alguna novela ambientada en el Antiguo Egipto, que no sea de Mahfuz, ¿por cuál te inclinarías?

Novelas sobre el Antiguo Egipto no he leído muchas que me hayan gustado, aunque sí he leído buenos libros. Pero recomendaría un clásico: Sinuhé el Egipcio, de Mika Waltari. A pesar de que no tiene un rigor histórico, es una buena novela.
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