domingo, 9 de noviembre de 2008

Las hijas del César - Pablo Núñez

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Reseña - realizada por Pilar Alonso y publicada en www.ciberanika.com


Editorial El Andén
405 páginas
Género: Novela





Las hijas del César llegan a Lucus Augusti (la actual Lugo) con una peligrosa misión. Allí se encontrarán con el enfrentamiento entre sus aliados de las Siete Aldeas y sus enemigos de Gualmar.

Tras la muerte del rey de los celtas se inicia el proceso de sucesión a través del Consejo de Sabios, pero no será un proceso pacífico. Los guerreros de Gualmar han decidido intervenir y expulsar para siempre a los invasores romanos.


Opinión.
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Cuando me encuentro con una novela histórica entre las manos se me afilan los colmillos cual vampiresa a medianoche. Me relamo con fruición, me preparo mi bebida (que no es sangrienta, no se piensen), me pongo música... y me arrellano en el sofá, a ser posible con mi gata bien cerquita. Y me sumerjo en un mundo a menudo apasionante, me codeo con personajes de lo más sugerentes y vivo unas historias que harían empalidecer al más pintado. La novela histórica es mi máquina del tiempo particular y estoy convencida de que H.G. Wells se habría sentido muy orgulloso de mí.

Por eso cogí entre mis manos Las hijas del César como si de una figurilla de cristal se tratase. Además, estaba ambientada en Galicia, la tierra de mi padre, y en la época de César, una de mis favoritas. ¿Qué más podía pedir?

La novela comenzó bien. Unos cuantos párrafos para ponerme en situación, capítulos cortos (que son los que más me gustan) y una ambientación que prometía. Y, de repente, saltaron de entre las páginas tres féminas, supuestas hijas del gran César, que se dirigían a toda mecha hacia la antigua Lugo a cumplir una misión de la leche. Yo no tenía constancia de la existencia de dichas jóvenes y como platos se me quedaron los ojos. No obstante, sin dejarme amilanar por la sorpresa, continué con la lectura. De todos modos, ¿qué autor no se ha inventado a algún personaje para su obra?

Pero cuál fue mi sorpresa al descubrir que las delicadas y descocadas hijas de Julio eran ¡¡¡los Ángeles de Charlie!!! versión toga y coraza. No sólo manejan espada y arco mejor que la mayoría de los soldados, sino que además dirigen ejércitos y hasta elaboran un plan para mejorar las defensas de la ciudad, pasando por encima de generales, ingenieros, legados romanos y quien sea menester. Y todo ello sin que nadie emita ni un ligero gruñido de protesta, para que luego digan que los padrinos no sirven para nada.

En fin, yo, aún empecinada en mantener mi ilusión intacta, me sumerjo aún más en las aventuras de las muchachas y en la importante misión que tenían encomendada, pero al final no llegué muy bien a descubrir cuál era, porque resulta que el jefe de los celtas se murió, el legado se marchó a Roma hecho polvo y además, no se lo pierdan, las tres mujercitas se enamoraron al más puro estilo telenovela que se puedan imaginar mientras se reunía un Consejo de Sabios para nombrar sucesor y los malos campaban a sus anchas por doquier. Resultado: la tan importante misión ocupó al final tres escasas líneas y ahí se quedó todo.

Pero el momento en que mis afilados colmillos se retrajeron del todo sucedió cuando llegué a la primera de una de las frases más impactantes del libro. Un personaje le dice a otro con motivo del enfrentamiento entre las tribus: “Una vez más, nos encontramos el viejo tópico: Norte contra Sur”. Mi gata salió disparada ante mi exclamación de asombro. Recapitula, me dije, tratando de conservar la calma. Vamos a ver, estamos en el siglo I antes de Cristo ¿verdad? Bien, por entonces, ¿ya existía el concepto de Norte y Sur? Países desarrollados (¿sería Germania?) contra subdesarrollados (¿Cartago o la misma Roma? me pregunté). En mi descargo, todo hay que decirlo, admito que mi ignorancia es abundante y frondosa.

Yo, erre que erre, perseveré en mi empeño. Con lágrimas en los ojos me encontré con un Julio César en ocasiones ridículo, al más puro estilo Astérix, nada que ver con la imponente imagen que desde tiempos inmemoriales había esculpido mi mente, y que conste que parte de la culpa es de la estupenda saga sobre Roma de Colleen McCullough.

Mis penas no habían hecho más que comenzar. Verán Vds., yo soy consciente de que escribir una novela no es tarea fácil (en mis tiempos llegué a comenzar unas veinte), y que si de novela histórica se trata, la tarea aún resulta más ardua. Hay que documentarse, hay que saber ambientarla y, sobre todo, hay que conseguir que resulte creíble, cuidando especialmente los diálogos para que resulten acordes con la época que uno intenta retratar. Uno no puede decir, en este caso en concreto, que alguien “se cabrea”, que “la va a palmar”, que alguna situación “es un palo” o “le ha dejado tocado”, llamar “esa monada” a una de las protagonistas femeninas o decir que dormir “le sentará de perlas”. Eso lo digo yo cuando hablo con mis amigos, porque así hablamos ahora, en estos tiempos aciagos en los que uno le da patadas al diccionario sin que tiemblen las columnas de ningún templo.

En fin, que llegué al final del libro a duras penas. Repleto de aventuras, sí, a un ritmo que ni Salgari, oigan, donde las mujeres son las protagonistas indiscutibles, y los hombres, salvo honrosas excepciones, unas nenazas; resumiendo, como ver una peli entretenida un domingo por la tarde.

Una lástima, créanme, porque el libro prometía y en algunos momentos hasta me lo pasé bien cuando no tenía en cuenta que era una novela histórica, porque, desde luego, amena sí que es.
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2 comentarios:

Salvador Díaz dijo...

Muy interesante, pero no lo compraré.

Gracias Pilar!

Anónimo dijo...

¡Buena critica,si señor!

fserra